Antonio Bujalance | EL FULGOR Y LA TIERRA

Existen dos constantes en la obra de Antonio Bujalance que se desarrollan en más de cinco décadas de experimentación pictórica, dando así título a esta exposición. La primera es ese fulgor que trasciende lo puramente estilístico para devenir en destellos de las emociones, de modo que las formas se desprenden de cuanto es anecdótico e innecesario, como si fueran animadas por una transformadora evanescencia, un centelleo, una irisación. La segunda constante podemos encontrarla en la temática de la tierra, asumida en la inmensa mayoría de su producción desde todas las posibles acepciones del término.

Estamos ante un artista en permanente ebullición, que a lo largo de su trayectoria no ha cesado de experimentar, dando rienda suelta a los más entusiastas anhelos de su fuero interno, desde el poscubismo estetizado de sus comienzos, pasando por la abstracción lírica y el expresionismo informalista, hasta llegar a la incorporación del collage fotográfico de sus últimos trabajos.

Primero aparece la concepción de la tierra como país, territorio o hábitat vivencial con el que interacciona el ser humano. Así se plasman desde una figuración evocadora, las escenas en que el campesinado labra o cosecha, doma la tierra para extraerle su jugo, o bien sacia su sed y se protege bajo un sol de justicia en los momentos de descanso, o se despide emotivamente ante las incertidumbres del camino, como si de héroes anónimos enfrentándose a la adversidad se tratase. Abundan los dibujos donde las figuras están descritas por un entresijo de viscerales trazos, anclados al terreno apenas por una delgada línea de horizonte.

Encargado por Cajasur, podemos considerar este gran mural Siega y recolección como un hito en su carrera al coincidir en la temática campesina desarrollada en su pintura de caballete y encontrar las soluciones estilísticas como la compartimentación del espacio en una retícula de suaves planos de color, así como la esquematización de las figuras.

En su conjunto, el pintor realizó catorce murales (la mayoría para esta entidad bancaria) y una gran cantidad de vidrieras, llevado por el deseo de experimentar con la luz al traspasar los vidrios de colores, siendo en estos últimos la fragmentación de la composición un requerimiento técnico.

El ser humano protege sus cultivos con esas esperpénticas figuras que son los Espantapájaros, construidos a su imagen y semejanza, para disuadir a las aves de robar los frutos. Seres híbridos que se muestran dichosos sustituyendo al agricultor, envueltos por un paisaje que recuerda el paraíso perdido de la infancia.También pinta en esta época la serie de Máscaras, otro remedo del hombre a la manera de grotesca representación, un artificio para maquillar sutilmente la parte de nosotros mismos que pretendemos ocultar: “las personas solemos tener una máscara que no se ve”, nos comenta el propio artista.

Alegorías y ruinas: ambas series parten de la idea de un paisaje cargado de simbologías. En la serie de Figuras alegóricas se nos muestra una mujer ideal y mítica fundida con el paisaje circundante, aportando cualidades semánticas de fertilidad o sugiriendo a la madre naturaleza.

Por otro lado, en sus Paisajes para la historia nos presenta la potencia creadora de civilizaciones que, hasta cierto punto se creyeron inmortales y hoy se encuentran devastadas, devoradas por la naturaleza que las reduce a ruinas, dando cuenta de la melancólica decadencia que suscitan los vestigios del pasado.

Otra acepción del término tierra es la de suelo, la materia de la que está conformada la superficie que sostiene nuestras vidas. Y en este sentido se plantea una mirada a ras del terreno donde la ausencia de la figura humana nos lleva a contemplar unos Paisajes imaginarios que parecen arder en los colores de la tarde, desintegrándose lo sólido en lo aéreo, sin más anclaje para la mirada que unas líneas que desdoblan la horizontalidad, multiplicando sus ecos como si lo viésemos a través de un cristal roto.  En series como Estratos o Fósiles, el pintor se ha dedicado a excavar imaginariamente en la tierra, introduciéndose en ella como si de las capas de un corte geológico se tratara, encontrando la presencia de organismos pretéritos que quedaron petrificados en la noche de los tiempos. Este compendio de obras son el núcleo de esta exposición antológica por el cambio de paradigma que suponen hacia una experimentación abstracta, arrastrado por el deseo de interpretar poéticamente la realidad: “ante todo, el paisaje es una excusa para pintar con libertad”, según dice el artista.

En Homenaje a la música encontramos una abstracción pura, donde son las líneas del pentagrama son las que adquieren protagonismo flotando sobre un fondo más neutro, en el que resuena un elenco de entusiastas gestos, traduciendo a forma y color los estímulos musicales.

Desde la altura, donde la tierra se lame las heridas: estamos ante un conjunto de obras en las que el autor se afianza en un lenguaje expresionista, rico en recursos pictóricos y matéricos, donde los enérgicos impulsos se parangonan con una naturaleza convulsa, superponiendo los elementos agua, aire y tierra (esta última contemplada a considerable distancia y en picado, como desde un satélite artificial). Son lugares de confluencia del mar con el continente, desembocaduras quizá de ríos, islas y penínsulas algo difuminadas por las nubes y brumas interpuestas.

La Tierra (con mayúsculas) también es planeta, mundo, orbe, y es entonces cuando la enorme esfera en la que viaja la humanidad y todo cuanto vive adquiere dimensiones mínimas, disminuida en su escala si la mirada se dirige hacia el universo. Ello también ha sido expresado valiéndose del informalismo abstracto en series como A tres mil años luz, Caos primigenio o Nebulosas, donde el fulgor que anima la pintura  procede ahora del Big Bang, la gran explosión que teóricamente originó la materia, el espacio y el tiempo; y ello explica los misteriosos fenómenos que acontecen en espacios tan alejados, a los que los seres humanos no podemos viajar, pero sí explicarnos el lugar que ocupamos en el universo y en definitiva fascinarnos ante la grandeza del cosmos.

La apreciación de la vastedad del universo es un sentimiento que contrasta con la incapacidad del ser humano para cuidar la Tierra, inmersos como estamos en una crisis ecológica sin precedentes, dejando una huella tristemente negativa en la perdurabilidad del Planeta. Cambio climático, calentamiento global, desastres medioambientales, consumismo exacerbado, contaminación, desforestación, sequía… son problemáticas que no han pasado inadvertidas en títulos como Paisaje para los últimos pájaros, Paisaje degradado o Último espacio verde, donde la denuncia y el compromiso ecológico adquieren tintes de mayor patetismo. En algunas obras muy recientes se incorpora la fotografía, por medio del collage que se alterna con lo pictórico, a modo de testimonio de la cruda realidad que afecta a la naturaleza.

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Comisario: Javier Flores
Coordinador: Óscar Fernández
Organiza: Ayuntamiento de Córdoba. Delegación de Cultura y Patrimonio Histórico
Sala de exposiciones Vimcorsa
C/ Ángel de Saavedra, 9. Córdoba
Del 21 de marzo al 2 de junio
+info: cultura.cordoba.es